Recorro la
estancia con la vista. Todo lleno de libros. A mano derecha, en un altillo
rodeado a su vez de libros, un mostrador con un hombre mayor, de pelo pobre y
canoso. Es la sección de libros antiguos. Y oscuros.
Al frente,
una escalera que lleva al resto del lugar, por alguna razón algo más elevado.
Sé que hay secciones que están más altas todavía aunque la vista apenas me
alcance a verlo. Estuve allí hace años. Muchos. Los suficientes para que no
pueda recordarlo. O quizá haya otra razón para ello. Y la hay.
El hombre
que ahora se encuentra a mi lado mira hacia la mujer. La recordaba mucho más
joven. Todo ha cambiado conmigo..."Como la otra vez. El reloj. Tienes que
hacerlo."
Todo se
desvanece.
Me acerco
al mostrador para preguntarle al hombre si tiene algún reloj antiguo. Pienso en
un búho. O una mariquita. Era demasiado pequeña para que fuera algo más tétrico
que infantil. Tras subirse a una escalera de mano para cogerlo, me muestra una
fotografía.
Marco de
metal con formas grabadas. No puedo ver la imagen, pero la conozco.
-Es Isabel
III. Se dice que hay un ángel que apareció sin que nadie lo pintara. Suele ser
difícil encontrarlo.- Me mira esperando algo. Ambos sabemos lo que es.
Miro a la
foto. Señalo a la esquina inferior izquierda, donde recordaba haber visto la
figura de piedra angelical, pero ahora, en su lugar hay un ángel lloroso
dispuesto a absorber la energía vital de quien no le mire. Pero nunca le mires
a los ojos. Ni pestañees.
Sobre él,
gente. Sin importancia; mi mirada no se fija en ellos, quizá porque no fueron
pintados, quizá porque el juego no tiene nada que ver con ellos. Arriba, en una
balconada romántica, llena de formas y grabados rocambolescos, Isabel, con el
pelo cubierto por un velo, una lanza en la mano derecha y rostro serio, frío,
despiadado o ¿torturado?
-Se decía
que estaba maldita. Quien sabe.- Habla
con cierto rintintín en sus palabras mientras yo analizo todavía la imagen.
No es un
reloj. No tiene sentido.
Me siento
en el sofá de la casa de mi abuela y toco la fotografía. No toda, no cualquier
parte, en concreto la cerradura roja en el centro. No podía estar ahí antes, o
yo no habría podido ver claramente los detalles.
"Cuidado"
grita mi madre encogiéndose. Miro a la ventana, lo recuerdo, me cubro con el
marco. No pasa nada. El querubín debería haber destrozado una de las ventanas
al arrojar la llave dentro.
¿Cómo voy a
conseguirla ahora?
Sin más.
Tú, yo, la playa. Pasión desenfrenada. Tus labios saboreando los míos. Avanzo
hacia quien evita mi mirada. Somos dos personas que caminan en la misma dirección, a
la par, hablando solos, como vulgares gánsteres de una mala película de antaño.
"Quiero que te encargues de alguien." Llegamos a la orilla. Nos
adentramos en el mar, hasta la rodilla. Se echa a nadar desapareciendo entre
las olas. Me detengo. Nos hemos adentrado demasiado. Hasta la cintura. Detesto
el agua. Me entra el pánico. Intento salir y dos anguilas comienzan a destrozar
mi tobillera de algas.
Ningún
sentido…
Regreso al
centro. A la catedral. Al parlamento. A la plaza. El casco antiguo. Miro el
reloj mientras el tiempo corre, frenético. Se acaba. Camino por la plaza,
cuadrada, vacía, con gente que no tiene la más mínima idea de lo que ocurre.
Quizá ni siquiera me ven. Intento dirigirme a la librería andando, pero como en
un juego de ordenador que tiene un fallo, tras dos pasos, vuelvo al mismo lugar.
Me monto en
el coche de la entrañable pareja. Tan jóvenes entonces... ¿Tantos años han
pasado? ¿Tantos como cuando Peter Pan y Wendy se ven de nuevo? Sólo para unos.
No tanto para otros. Me dejan frente a la puerta. Ha empezado; hemos tenido la
conversación más importante de todo este sinsentido y no puedo recordarla.
Entro a la librería. Está más oscura que la vez anterior aunque hay la misma
luz. Falta gente. Cojo la llave. ¿Estaba ahí desde el principio...? ¡No puedo
recordarlo...! Todo comienza a ser inconexo. Abro el reloj. O la fotografía.
Ahora es una caja. No puedo ver lo que hay dentro. Sé que ocurre algo. Sé que
aparece ahí, que es negruzco, con pelo largo, demacrado, esquelético y
repulsivo. Palpable y aterrador. Me quedo sin tiempo. Ya no recuerdo nada. Se
destroza las librerías. Camina por las paredes. No sé cómo lo soluciono. Lo
hago. Se acabó...
Se
desvanece como una ilusión...
Un mal
sueño...
Era su
plan...
Me levanto
de la cama...
Ya no
recuerdo nada.