viernes, 22 de abril de 2016

· Memorias de otra vida ·

 La puerta se abre con un suave tintineo, un aviso de entrada al submundo de los libros, ese chirrido
inconfundible de tienda entrada en años
Recorro la estancia con la vista. Todo lleno de libros. A mano derecha, en un altillo rodeado a su vez de libros, un mostrador con un hombre mayor, de pelo pobre y canoso. Es la sección de libros antiguos. Y oscuros.
Al frente, una escalera que lleva al resto del lugar, por alguna razón algo más elevado. Sé que hay secciones que están más altas todavía aunque la vista apenas me alcance a verlo. Estuve allí hace años. Muchos. Los suficientes para que no pueda recordarlo. O quizá haya otra razón para ello. Y la hay.
El hombre que ahora se encuentra a mi lado mira hacia la mujer. La recordaba mucho más joven. Todo ha cambiado conmigo..."Como la otra vez. El reloj. Tienes que hacerlo."
Todo se desvanece.

Me acerco al mostrador para preguntarle al hombre si tiene algún reloj antiguo. Pienso en un búho. O una mariquita. Era demasiado pequeña para que fuera algo más tétrico que infantil. Tras subirse a una escalera de mano para cogerlo, me muestra una fotografía.

Marco de metal con formas grabadas. No puedo ver la imagen, pero la conozco.
-Es Isabel III. Se dice que hay un ángel que apareció sin que nadie lo pintara. Suele ser difícil encontrarlo.- Me mira esperando algo. Ambos sabemos lo que es.
Miro a la foto. Señalo a la esquina inferior izquierda, donde recordaba haber visto la figura de piedra angelical, pero ahora, en su lugar hay un ángel lloroso dispuesto a absorber la energía vital de quien no le mire. Pero nunca le mires a los ojos. Ni pestañees.

Sobre él, gente. Sin importancia; mi mirada no se fija en ellos, quizá porque no fueron pintados, quizá porque el juego no tiene nada que ver con ellos. Arriba, en una balconada romántica, llena de formas y grabados rocambolescos, Isabel, con el pelo cubierto por un velo, una lanza en la mano derecha y rostro serio, frío, despiadado o ¿torturado?
-Se decía que estaba  maldita. Quien sabe.- Habla con cierto rintintín en sus palabras mientras yo analizo todavía la imagen.
No es un reloj. No tiene sentido.

Me siento en el sofá de la casa de mi abuela y toco la fotografía. No toda, no cualquier parte, en concreto la cerradura roja en el centro. No podía estar ahí antes, o yo no habría podido ver claramente los detalles.

"Cuidado" grita mi madre encogiéndose. Miro a la ventana, lo recuerdo, me cubro con el marco. No pasa nada. El querubín debería haber destrozado una de las ventanas al arrojar la llave dentro.
¿Cómo voy a conseguirla ahora?

Sin más. Tú, yo, la playa. Pasión desenfrenada. Tus labios saboreando los míos. Avanzo hacia quien evita mi mirada. Somos dos personas que caminan en la misma dirección, a la par, hablando solos, como vulgares gánsteres de una mala película de antaño. "Quiero que te encargues de alguien." Llegamos a la orilla. Nos adentramos en el mar, hasta la rodilla. Se echa a nadar desapareciendo entre las olas. Me detengo. Nos hemos adentrado demasiado. Hasta la cintura. Detesto el agua. Me entra el pánico. Intento salir y dos anguilas comienzan a destrozar mi tobillera de algas.
Ningún sentido…

Regreso al centro. A la catedral. Al parlamento. A la plaza. El casco antiguo. Miro el reloj mientras el tiempo corre, frenético. Se acaba. Camino por la plaza, cuadrada, vacía, con gente que no tiene la más mínima idea de lo que ocurre. Quizá ni siquiera me ven. Intento dirigirme a la librería andando, pero como en un juego de ordenador que tiene un fallo, tras dos pasos, vuelvo al mismo lugar.

Me monto en el coche de la entrañable pareja. Tan jóvenes entonces... ¿Tantos años han pasado? ¿Tantos como cuando Peter Pan y Wendy se ven de nuevo? Sólo para unos. No tanto para otros. Me dejan frente a la puerta. Ha empezado; hemos tenido la conversación más importante de todo este sinsentido y no puedo recordarla.

Entro a la librería. Está más oscura que la vez anterior aunque hay la misma luz. Falta gente. Cojo la llave. ¿Estaba ahí desde el principio...? ¡No puedo recordarlo...! Todo comienza a ser inconexo. Abro el reloj. O la fotografía. Ahora es una caja. No puedo ver lo que hay dentro. Sé que ocurre algo. Sé que aparece ahí, que es negruzco, con pelo largo, demacrado, esquelético y repulsivo. Palpable y aterrador. Me quedo sin tiempo. Ya no recuerdo nada. Se destroza las librerías. Camina por las paredes. No sé cómo lo soluciono. Lo hago. Se acabó...


Miro hacia la puerta de mi cuarto. Sé que ha sucedido de verdad, en el otro lado, pero no ha acabado. Aférrate a ese miedo. Estoy en peligro. No sé cuándo, ni cómo, pero lo estoy. No lo sueltes. No. No sirve de nada...

Se desvanece como una ilusión...
Un mal sueño...
Era su plan...
Me levanto de la cama...

Ya no recuerdo nada.